Mejor me largo de aquí

Qué mal rollo. ¿Muñecas que hablan? ¿Pasadizos secretos en casa? Algo muy, muy raro está pasando, y tú no quieres pasar más tiempo en este sitio. ¿Qué será lo siguiente; que los muebles empiecen a bailar? O peor, ¿y si sale algo peligroso del pasadizo?

—Ni loco me quedo más tiempo aquí. Me voy, aunque sea a la calle. Ya encontraré algún sitio donde esperar a que se haga de día; a ver si para entonces la policía ya ha dejado de hacer el gamberro –dices en voz alta mientras te alejas de la puerta del túnel.

Sales a la calle, y esta vez dejas la puerta bien cerrada. Con túnel en el salón o sin túnel en el salón, la vajilla de la Cartuja sigue ahí dentro.

Después del susto, casi te apetece seguir paseando en el frío de la noche, así que echas a andar para recuperar la calma. Caminas y caminas, adentrándote cada vez más en la ciudad sin un rumbo fijo. 

Por desgracia, con todo el alboroto te has olvidado el candil y no tienes ninguna intención de volver a recuperarlo. Tampoco llevas la calabaza, pero eso te da igual; ahora mismo lo único que echas en falta –aparte de una buena calefacción –es una luz que guíe tus pasos. Los faroles, altos y difuminados por la niebla, no bastan para iluminar la calle. Prácticamente, te estás guiando a través de las calles por tu sentido de la orientación.

Y, cómo no, te acabas perdiendo. Ahora no sabes dónde estás, a pesar de que has recorrido esas calles cientos de veces. Viva tu sentido de la orientación.

¿Qué haces ahora? ¿Te acurrucas en un portal como un mendigo hasta que salga el sol y puedas descubrir dónde estás a la luz del día? 

—¡Ni hablar! –te respondes a ti mismo –No pienso quedarme ahí tirado como un sin techo con el frío que hace. Ni siquiera sé qué hora es ni cuánto falta para que amanezca, aunque ya debe de ser muy tarde.

Mejor seguir caminando, aunque sea a ciegas. Tarde o temprano encontrarás algún punto que sepas reconocer.

Y así transcurre el tiempo, recorriendo calle tras calle. ¡Cómo te duelen ya los pies! Tienes helados hasta los calcetines. La idea de sentarte, aunque sea un ratito, en un portal empieza a gustarte más.
Pero… ¡Un momento! ¿Es una persona eso que ves acercándose a lo lejos? ¡Sí, alguien camina en tu dirección desde el otro lado de la calle! Por su silueta, parece un hombre bastante delgado. Y parece que está algo ebrio, pues va dando tumbos al andar. Seguramente volverá de haber estado de fiesta. ¡Esta juventud!

Pero, borracho o no, ya tienes a alguien a quien preguntar.

—¡Buenas noches, caballero! –saludas a voz de grito desde la distancia, para que no se asuste de ti – ¿Sabe usted en qué calle nos encontramos?

El hombre no responde. En lugar de eso, alza ambos brazos y se dirige hacia ti más rápido que antes.
Por fin entra en el halo de luz que queda dentro de tu campo de visión, bajo uno de los faroles más cercanos. Entonces te percatas de que ese tipo no es lo que parecía.

De pies a cabeza, se encuentra envuelto en metros y metros de tira de un tejido blanquecino, podrido por el paso de los años.