La encrucijada

Caminas, caminas y caminas. No llevas reloj, pero jurarías que llevas ya cuarenta minutos recorriendo calles en pendiente. Lo peor es que el agua helada hace que tus botas resbalen por el acerado, y eso resulta bastante molesto cuando estás bajando una cuesta.

Lo peor es que empiezas a asustarte un poco. Los aullidos de los lobos parecen acercarse, y además notas mil ojos observándote desde todos los rincones oscuros, que no son pocos. Incluso te parece percibir ruidos extraños por los alrededores. Te detienes cuando un nítido sonido llega hasta tus oídos. Estás casi seguro de que era un grito de mujer que provenía de un par de manzanas más adelante.

Ahora estás asustado del todo y no te cuesta admitirlo. Y aún lo estás más en el momento en que una voz se eleva justo a tus espaldas:

–Haces bien en detenerte.

Gritas como un condenado y das un salto epiléptico hacia atrás, girándote para encarar a la persona, animal o cosa que te haya abordado de una forma tan hortera.

No es animal ni cosa, sino persona; eso sí, sus pintas son tan horteras como sus modales. Resulta que este individuo lleva un sombrero en la cabeza que es un absoluto mamotreto: su forma recuerda ligeramente a un sombrero de copa, pero el ala se alarga de forma exagerada, ondulándose hacia arriba y hacia abajo sin orden ni simetría. Tanto el sombrero como la larga capa que cubre su cuerpo son negros. Pero lo más curioso es que lleva una máscara de ébano que solo deja al descubierto sus ojos. Una fina raya blanca dibuja sobre ella una sonrisa gatuna a la altura a la que se encontraría su boca.

— ¿Y tú quien eres? ¿Cómo se te ocurre asustarme de esa forma, si se puede saber? –preguntas escandalizado.

—Eso no importa. Ya quedan pocos como tú en estas calles –murmura el tipo con voz grave, propia de un hombre misterioso. Incluso pone pose de hombre misterioso. Seguramente tendrá nombre de hombre misterioso, pero hay otros asuntos que te llaman más la atención ahora.

— ¿Qué quiere decir eso? –inquieres.

—Quiere decir que, si sigues por ese camino, no volverás jamás. O, al menos, no de la forma en que eres ahora –sentenció cubriéndose parte de la cara con el brazo en un gesto teatral, ya que la capa caía de él en cascada –. Horribles criaturas han ido liberadas en la zona baja de la ciudad y ahora andan sueltas. Los humanos están siendo acribillados; los han sacado de sus hogares, los han exterminado. Han tomado toda la zona; huye, pues, huye hacia la zona alta. Huye mientras puedas…

— ¿Qué disparate es ese? ¿Horribles criaturas? ¿Estás majara? –el hombre misterioso no responde a tus palabras. Sigue murmurando “huye mientras puedas, huye mientras puedas” una y otra vez, como un disco rayado. Entonces, hace un gesto tan repentino que vuelves a chillar como una niña; levanta los brazos con furia haciendo ondear su capa, gira sobre sí mismo y, en dos segundos, ha desaparecido en medio de una nube de humo negro que ha aparecido de la nada.

Un tío raro acaba de desaparecer delante de tus narices. Ahora sí que tienes miedo.

Y, lo peor, estás empezando a dudar. ¿Le haces caso al tío raro o sigues adelante, a la zona baja de la ciudad?