Zona baja

Pero ¿en qué estabas pensando? Un tío que lleva una montaña rusa por sombrero no va a decirte lo que tienes que hacer. Faltaría más; ya te has decidido a ir a la zona baja y no vas a cambiar de opinión.

Así que sigues caminando calle abajo, intentando no resbalarte con la humedad congelada. Te convences a ti mismo de que eso de las criaturas son simples pamplinas. El aborto de murciélago, la vieja con la muñeca, los lobos y el hombre-humo no son más que una serie de circunstancias excepcionalmente inconvenientes y totalmente aleatorias, como cualquier persona racional podría saber.

Lo poco que queda de tu dignidad sufre otro golpe cuando pisas algo pequeño y redondo y, con el resbalón, caes al suelo aterrizando sobre tus posaderas. Te pones en pie frotándote la zona dañada y recoges con ímpetu el pequeño objeto que te ha hecho trastabillar. 

Ha sido un caramelo, una birria de caramelo con forma de calavera. 

— ¿Quién habrá sido el gracioso…? –te preguntas airado en voz alta.

Te das cuenta de que, unos pasos más adelante, hay otro objeto blanco tirado en el suelo, en mitad de la calle. Te acercas y reconoces un caramelo idéntico al que tienes en la mano. Y unos metros más allá ves otro, y otro, y otro aún más lejos. 

—Vaya, hombre. A lo mejor no los han tirado por hacer el gamberro. Seguramente se le habrán ido cayendo a alguien que tenía prisa. ¿Y si eran importantes? –cavilas –. Debería recogerlos y buscar a esa pobre persona, presa del estrés de esta sociedad acelerada que nunca tiene tiempo para nada… Ay, qué tiempos nos ha tocado vivir…

Hoy te sientes solidario –bastante, de hecho –, así que comienzas a recoger los caramelos del suelo y a guardarlos en la calabaza de plástico que todavía llevas en la mano. El rastro de caramelos te hace apartarte de la calle principal y serpentear por callejas que no recuerdas haber pisado, pero todo sea por el bien del prójimo.