Cosas de brujas

Suspiras aliviado cuando descubres que se trata de una de las tres ancianitas del árbol. Aún lleva la escoba en una mano y ahora te observa desde la entrada con una gran sonrisa desdentada, bloqueando la salida. Te das cuenta de que tiene una enorme verruga en la punta de la nariz, pero procuras no mirársela por educación.

– ¡Te atrapé! –Exclama la mujer con voz chillona, echando a reír de forma escandalosa – ¡La segunda ya! ¡La segunda víctima que cae en este viejo truco esta noche! ¡Ahora no podrás escapar de mis garras, mequetrefe, así que no intentes…!

— ¡Buenas noches, señora! –decides interrumpir su discurso. No quieres alarmarla por haber irrumpido en su casa a esas horas de la noche, y quieres explicarle la situación ante todo –No se asuste por encontrarme aquí; he venido a devolverle los caramelos. He visto que se le han caído y los he recogido, pues he deducido que se trataba de algo importante. Se los he dejado en este montoncito, con los demás. ¿Le parece bien?

La ancianita se queda atónita unos segundos. Después, sacude la cabeza y vuelve a hablar algo más tranquila:

—¡Claro, claro, me parece bien! Muchas gracias por recoger mis caramelos, ¡qué cabeza tengo! ¿Le apetece sentarse a comer algo? Precisamente tengo el puchero preparado.

— ¡Qué amable! Pero no quisiera molestar…

— ¡No, no, no es ninguna molestia! Siéntate, anda, tienes cara de hambre –parece que la vieja se está aguantando la risa mientras habla. ¿Qué mosca le habrá picado?

—Pues se lo agradezco mucho; la verdad, hace varias horas que no pruebo bocado –y justo en ese momento, para verificar tus palabras, te suenan las tripas.

—Muy bien; ponte cómodo. Come todos los caramelos que quieras; yo voy a por los ingredientes para cocinarte. Para cocinarte el puchero, quiero decir –ataja la anciana, alejándose hacia una portezuela que hay junto a la chimenea –. ¡Buen provecho! –y, mientras desaparece tras la puerta, la oyes reírse a lo bestia. Debe de estar un poco senil la pobre.

Tú no tienes ganas de caramelos a estas horas, así que te dedicas a curiosear por la casa. La verdad, y sin intención de despreciar a nadie, está hecha un asco; le hace falta una buena limpieza de primavera, de otoño y de verano si te apuran. Al abrir un armario encuentras a otro gato negro, que salta al exterior y se marcha a olisquear los caramelos. Sigues abriendo portezuelas, descubriendo un montón de cosas curiosas; sapos en tarros, ojos atravesados con ramas de romero, medallones de metal con símbolos extraños grabados… ésta mujer debe de haber viajado mucho.

Descubres un armario alargado en una esquina y decides que será el último que investigues, pues no quieres que la anciana malinterprete tu curiosidad y se lleve una mala impresión de ti. Abres una de las chirriantes puertas de madera vieja, y en seguida te arrepientes de haberlo hecho.

Algo alargado y blanquecino cae sobre ti. Intentas protegerte con los brazos pero, al chocar con tu cuerpo, la cosa se destroza en multitud de pedazos y cae al suelo desmembrada.

Te basta un simple vistazo para darte cuenta de que se trata de un esqueleto humano, ahora hecho un manojo de huesos desordenados.

¿Y ahora qué?