Limpieza de halloween

— ¡Madre mía, la que estoy liando! –te lamentas. Causar molestias es lo último que quieres, así que recoges los huesos uno a uno y los vuelves a guardar en el armario. Lo malo es que no sabes cómo se vuelven a montar, así que te conformas con colocarlos en orden por tamaño. El cráneo lo colocas sobre la hilera de huesos, intentando que quede lo más bonito posible.

Te sabe mal haberle desordenado el esqueleto a la anciana, así que decides compensárselo limpiando un poco la casa. 

Después de mirar por todos los rincones, divisas un trozo de tela sobre un estante que podría servirte como trapo del polvo. Empiezas a pasarlo sobre las mesas, repisas y todas las superficies visibles, y consigues que quede a la vista su color natural en lugar de la capa de polvo grisácea que tenían antes. Eso sí, el paño queda hecho una pena.

Como la vieja sigue sin volver, te entretienes limpiando los objetos de las estanterías. Quitas el polvo a los tarros, a una mano disecada que encuentras detrás de un jarrón con flores marchitas, y después te dispones a abrir una vitrina que cuelga cerca de la chimenea. Está un poco atascada, pero consigues desencajar la puerta de un tirón.

— ¡Anda, qué de cosas raras hay aquí! –exclamas. 

Parece una colección de objetos de edición limitada, desde joyas enormes hasta cofres y cubiertos bañados en metales brillantes. En la pared del fondo de la vitrina hay un cartel que reza: “Objetos encantados. PELIGRO. NO TOCAR”. Bueno, tienes demasiado curiosidad para no tocar nada, pero prometes que tendrás cuidado.

Te llama la atención un anillo que reposa en un pequeño cojín. En el centro, tiene un pedrusco enorme que brilla como un diamante negro. Miras a los lados y, tras comprobar que sigues solo, te lo pruebas. Sin embargo, algo empieza a ir mal en seguida; así, por las buenas, empiezas a notar que el anillo se está calentando. Y sigue. Y más todavía. Esto empieza a quemar…

— ¡Au! ¡Que me abraso! –chillas de dolor. 

Te arrancas el anillo del dedo rápidamente, pero está tan caliente que ya no eres capaz de sostenerlo en las manos. No sabes bien cómo, pero al intentar depositarlo de nuevo en la vitrina, se te acaba cayendo dentro del caldero que burbujea en la chimenea.

— ¡Ups! –en fin, ya no hay nada que hacer al respecto, así que sigues examinando los objetos extraños. 

Lo siguiente que acapara tu mirada es una preciosa cajita verde con incrustaciones de oro, muy pequeña y asegurada con un cierre sencillo y elegante. Levantas el cierre y abres la tapa con cuidado.
Y de pronto, ¡ya la has liado otra vez! Algo muy brillante salta de la caja, choca contra el techo de la vitrina y bota hacia afuera a toda velocidad. Te apartas de su camino y observas horrorizado la que se te viene encima. 

Resulta que la cosa brillante era algo así como una bola de fuego viviente, y ahora mismo está viajando de una pared a otra de la casa. Y acaba de prender fuego a las cortinas. Y ahora al mantel. Y a un manojo de hierbas secas que hay en una esquina. El gato, que comía felizmente caramelos, se asusta y echa a correr para refugiarse bajo una butaca. ¡Tienes que hacer algo, rápido! Miras alrededor, pero no divisas ningún extintor.

— ¡Esta casa no tiene seguridad ninguna! –gritas alterado. 

Vuelves la mirada a la vitrina y te fijas en algo. Hay una especie de cáliz negro pegado a la pared izquierda. En el pie tiene grabada la inscripción: “Copa del agua infinita”.

La agarras y la inclinas levemente. Por arte de magia, del fondo de la copa empieza a brotar un hilo de agua que rebosa por el borde y cae al suelo. ¡Tu salvación!