¡Hay que salir de aquí!

Un sudor frío empieza a humedecer tu piel cuando observas el montón de huesos. 

Señoras verdes que montan en escobas. Gatos negros. Tarros, hierbas, calderos, un rastro de caramelos y los restos de lo que antes era un humano escondidos en un armario.
¡Es una bruja! ¿Quién lo hubiera imaginado?

Pero esta es la cruda realidad: estás ante la víctima de una malvada bruja, que seguramente se la zampó hasta dejar solo los huesos. Y tú tienes la pinta de ser el siguiente.

Corres hacia la puerta e intentas abrirla desesperadamente. Inútil; está muy bien cerrada. Lo intentas con las ventanas, pero tampoco cedes. No te detienes un momento; agarras una silla por los mástiles del respaldo y, en un movimiento curvo, la estrellas contra el cristal de una de ellas, rompiéndolo en mil pedazos.

—Qué desperdicio de vidrio. Estaba muy bien tintado –te lamentas mientras sales por la ventana. 

Suerte que tu ropa de abrigo te protege de los cortes del cristal que sigue incrustado en el marco.
Por desgracia te has olvidado de un pequeño detalle. O más bien de dos pequeños, viejos y feos detalles.

Las otras dos viejas y feas brujas descienden del árbol montadas en sus escobas entre risas escandalosas y aterrizan ante ti, cerrándote el paso.

— ¿A dónde crees que vas? –canturrea una de ellas con sorna.

— ¿No te quedas a la cena? –pregunta la otra.

—Lo siento, señoritas, pero ya he cenado –improvisas tú, intentando buscar un hueco por el que escapar. Totalmente inútil; te han acorralado contra la casa.

—Pero nosotras no –la tercera vieja aparece por la puerta de la casa, justo a tus espaldas. Debe de haber terminado de buscar los ingredientes que necesitaba –. No hemos comido nada desde la merienda. Y tenemos antojo de carne… ¡humana!

Y, con este grito de guerra, te aferra por el cuello. Tú te revuelves y consigues soltarte. Echas a correr, pero una de las brujas te cierra el paso montada en su escoba. Quiebras la carrera y corres hacia otra dirección, para encontrarte a otra de las viejas obstaculizando el camino. Vuelves atrás, pero la bruja de la casa también ha agarrado su escoba, y entre las tres te cierran en un círculo del que no puedes salir.