Esto es un infierno

Miras a tu alrededor con impotencia. No tienes nada a mano que pueda ayudarte a salir de esta; tan solo el pesado del gato de los caramelos, que ha salido a cotillear qué se cuece.

Bueno, algo es algo. ¿Qué puedes perder?

Lanzando un grito de guerra, saltas sobre el gato y lo agarras antes de que tenga tiempo de reaccionar.

— ¡Dejadme en paz –gritas amenazador a las brujas –o estrangulo al gato!

—Bah, estrangúlalo. Tenemos muchos gatos –ríe una bruja.

— ¡Roña! –maldices. Ahora sí que no tienes escapatoria – ¡Es vuestra mascota! ¿Ni siquiera os da un poco de penita? ¿Ni un poquito?

—Cuando hay escasez de humanos, nos comemos los gatos de aperitivo –informó otra bruja –. Sólo con decirte eso…

—En fin… esto ya no tiene arreglo –con sumo pesar, liberas al gato para que, al menos él, huya mientras pueda.

Pero el gato no huye. De hecho, se sienta en el suelo junto a ti, te mira fijamente y dice:

—Gracias por soltarme. Me estabas clavando las uñas, y eso me va fatal para la piel.

Los cuatro os quedáis con los ojos como platos.

—¡¿Qué?! –exclama una de las brujas – ¿Qué es esto? ¡¿Misifú sabe hablar?!

—Yo no soy Misifú –gruñe el gato con una voz extraordinariamente grave y aterradora.

Ante tus ojos, el pequeños felino comienza a transformarse en una criatura grande, más y más grande. No deja de crecer hasta que os ha superado en tamaño; entonces, su forma cambia para convertirse en un oscuro ser demoníaco, con dos enormes cuernos surgiendo de su cabeza.

—Nunca he sido Misifú –gruñe de nuevo la cosa, mostrando sus dientes – ¡YO SOY GATIFER, SEÑOR FELINO DE LOS INFIERNOS! ¡He esperado durante días transformado en gato, espiando vuestros movimientos, esperando al momento oportuno para poder vengarme de vosotras! ¡Y ESE MOMENTO HA LLEGADO!

— ¡Es él! ¡Ha vuelto! ¡Sálvese quien pueda! –chilla una de las brujas. Las tres comienzan a gritar escandalizadas, y echan a volar justo en el momento en el que Gatifer toma aire hondamente, para luego escupir una llamarada de fuego con un gemido gutural. Tú no te quedas atrás y saltas hacia un lado con todas tus fuerzas, esquivando la llamarada.

¡Tienes que salir de ahí rápido o acabarás hecho cenizas!

Te fijas en que una de las brujas se aleja de allí más lentamente que las demás. Además, aún está volando bajo. Sin pensártelo más, corres a toda velocidad hacia ella y saltas, haciéndole un placaje que os derriba a los dos. La vieja y tú caéis enredados al suelo, y unos metros más allá cae la escoba.

— ¡Lo siento, bruja, pero ésta me la quedo yo! –dices. En otras circunstancias no serías tan grosero con una señora mayor, pero los demonios que escupen fuego bien merecen una excepción en tu expediente intachable de buenos modales.

Así que, muy decidido, te montas en la escoba.

Y vuelves a liarla.

Se ve que las brujas vienen con el carnet de conducir escobas de serie, pero tú no tienes ni idea y en seguida te das cuenta de ello; en cuando te montas sobre el palo, la escoba cobra vida y sale pitando hacia arriba, y luego hacia abajo y los lados sin ninguna piedad.

— ¡Que me mato! ¡Que me matooo!

Lo peor es que ahora te diriges directamente hacia el demonio. Éste te ve venir a toda pastilla e incluso él se asusta. Se agacha justo cuando pasas por encima de su cabeza.

— ¡Casi me haces la raya en medio, anormal! –te grita con su vozarrón de ultratumba.

Por fin, consigues que la escoba vaya recto y te alejas de esa casa de locos. Cuando ya vuelves a sobrevolar las casas del centro de la ciudad y consigues bajar lo suficiente como para no matarte, saltas de la escoba. Por suerte, caes en una buena postura y no te lastimas. La escoba se aleja volando sola y se pierde en la oscuridad de la noche.

—Adiós y gracias por el paseo –gruñes, sacudiéndote la suciedad de tu magullada gabardina de los domingos –. No quiero volver a oír hablar de brujas y demonios en lo que me queda de vida. ¡Ni una palabra!