Con su camisita y su canesú

Entras apresuradamente hecho un basilisco, revisando todos los muebles con ansia. ¡No puedes creer que alguien haya entrado a robarte! ¡Como se les haya ocurrido ponerle la mano encima a tu vajilla de la Cartuja, o a tu colección de figuritas de cristal de Malta…! Recorres toda la casa, asegurándote de que todo está en su sitio por el bien de quien haya tenido el valor de transgredir los límites de tu morada. Vale, parece que todo está en orden en la planta baja. Ahora, toca revisar la superior. 

Estás a punto de poner un pie en la escalera cuando un fuerte golpe, como el de un objeto pesado cayendo al suelo, suena en el piso de arriba.

¡Aún hay alguien en tu casa!

Sabes qué se hace en estos casos. Normalmente se aconseja abandonar el inmueble y llamar a la policía, ¡pero ni loco abandonas tú el inmueble dejando a ese desconocido a solas con la vajilla de la Cartuja! Así que te quedas únicamente con el segundo punto del protocolo. Agarras el teléfono y marcas el número de la policía local.

—¿Oiga? –dices cuando oyes descolgar –Les llamo por una emergencia. Resulta que alguien se ha colado en mi casa, y no me gustaría que sufriéramos algún tipo de daño, ni yo ni ninguna de mis pertenencias.

Esperas impacientemente una respuesta. Pero, aunque oyes una respiración al otro lado del teléfono, nadie dice una palabra.

—¿Oiga? ¿Es la policía, verdad? –insistes.

Pero nadie te responde, o al menos nadie que parezca humano lo hace. Lo que sí escuchas es un lento gruñido y un graznido horripilante que te pone la carne de gallina. 

— ¡Qué desagradable! –exclamas, y cuelgas sintiéndote insultado por las fuerzas del orden público.

Pues nada, no queda otra que encarar a la persona que haya osado entrar en tu hogar e intentar solucionar las cosas dialogando. Seguro que, entre los dos, llegáis a una interesante conclusión sobre la incómoda situación a la que las circunstancias os han conducido.

Te vuelves, dispuesto a subir las escaleras. Pero algo te está obstaculizando el paso.

Una muñequita de plástico, con unos resplandecientes tirabuzones rubios y un vestidito rosa, te mira desde el primer escalón. Te mira literalmente, pues su cabecita se mueve sola siguiendo todos tus pasos, con unos enormes ojos y una fina sonrisa pintada en su cara blanca.

—Te estaba buscando –dice con una voz angelical – ¿Quieres ser mi amigo?

Las manos de la muñeca sujetan firmemente un hacha.