—¡Uy, qué viaje de bichos! —exclamas asqueado.
—¿Qué? —la reina parece anonadada. O más bien indignada. Entre una cosa y otra, supones.
—¡Están por todas partes! Qué asco. Esto pasa por no tirar la basura —te paseas de un lado a otro mirando a todos los bichos. ¡Cuantísimos hay! No quieres ni imaginarte la cara del dueño de la casa cuando vuelva. Hay mucho trabajo por hacer, y tú sin un mísero matamoscas encima.
—Por tu bien, estúpido engendro, espero que no estés insinuando lo que creo que estás insinuando —la criatura echa chispas por sus pequeños ojos. Se acerca a ti con las garras alzadas, como si fuese a aferrarte de un momento a otro. A ti te recorre un escalofrío de repugnancia:
—¡Ay, que me toca! ¡Fuera, bicho! ¡Quita, fus, fus!
Agitas las manos intentando espantar al bicho. Éste te mira estupefacto un segundo y luego emite un rugido ensordecedor arqueando la espalda hacia atrás y desplegando al máximo sus alas.
En ese momento, una nube de bichos se alza en vuelo desde las paredes, el suelo, el techo y todas las superficies posibles de la cueva. Se lanzan hacia ti. Sin comerlo ni beberlo te ves envuelto en una nube de bichos negruzcos que rondan sobre tu cabeza y lanzan sus garras contra ti.
—¡Ah! ¡Estampida! ¡Ayuda! ¡Fumigadora! ¡Mosquiteras! ¡Insecticida! ¡Un barreño con miel! ¡Lo que sea, pero ayudaaa! —gritas desesperado intentando esquivar los ataques.
Echas a correr encogido sobre ti mismo hacia ninguna parte, pues no ves nada a medio metro de distancia. Si sales de esta vas a necesitar kilos de After Bite.
No puedes creer tu suerte cuando te topas de bruces con una abertura en una pared. Es pequeñita y tendrías que entrar agachado, pero te fijas en que se trata de la boca de un túnel. ¡Puede que sea una salida!
Como tampoco estás en situación de elegir, entras sin pensarlo. Los bichos, por suerte, no caben en el túnel con las alas desplegadas y eso te da un valioso tiempo de ventaja. Al minuto de recorrer el túnel prácticamente a oscuras te das cuenta de que han dejado de seguirte.
—Que se las apañe el dueño solo. Yo ahí no vuelvo —murmuras, rezando por que el túnel tenga salida.
La tiene. En apenas un par de minutos comienzas a ver una luz tenue al final de un tramo recto y largo. Corres lo que queda de camino, pues llevas un buen rato inclinado y la espalda te está matando del dolor. Cuando llegas al final observas que la única salida se encuentra en una reja del techo que puede levantarse. Te subes a un pequeño escalón estratégicamente tallado y empujas la reja. ¡Está cediendo!
Das a parar a una calle desierta. No identificas dónde estás a la escasa luz de los faroles, pero ahora mismo te da igual. Te conformas con estar fuera, libre de bichos. Te aseguras de que sigues entero, observas los rasguños que te han hecho y, cuando te aseguras de que todo está en orden, sigues deambulando a la espera de que esta desconcertante noche se acabe de una cochina vez.