Una señal

Pues nada; a ver a dónde lleva el dichoso túnel. Menos mal que tienes las antorchas para suplir la falta de candil. La verdad es que sientes las manos vacías después de haberte pasado tanto tiempo sujetándolo, pero qué se le va a hacer.

Como si no hubieras caminado bastante ya en lo que llevas de noche, el pasadizo parece no terminarse nunca. El olor a cerrado es un poco desagradable, pero al menos no hace tanto frío ahí dentro. No debes de estar a muchos metros bajo tierra.

Tras minutos y minutos de caminata, pisas algo blando.

— ¿Y esto? –preguntas, apartando el pie. Te agachas a recoger lo que has pisado y lo observas detenidamente, con curiosidad.

Se trata de una muñeca de trapo bastante vieja, atravesada por numerosas agujas de lado a lado. ¿Dónde la has visto tú antes?

La anciana. La ancianita de la calle Cripta llevaba una muñeca igual encima. ¿Puede ser que sea la misma? Y en tal caso, ¿qué hace una frágil abuelita recorriendo túneles subterráneos a esas horas de la madrugada?

Todo esto sólo aumenta tus ganas de averiguar a dónde te llevará el pasadizo.

Impaciente, dejas de andar y empiezas a correr. Vaya a donde vaya, quieres descubrirlo rápido. Tus pisadas resuenan con eco en las paredes curvas del túnel. Las antorchas hacen que tu sombra se proyecte oscilante en el suelo, y ese efecto se acentúa con la velocidad.

De pronto, un rugido ensordecedor reverbera en los muros ovalados y hace que te detengas con la carne de gallina. 

—¿Qué… ha… sido… eso? –jadeas, cansado por la carrera. Tu propia respiración no te deja oír nada más y no consigues distinguir de dónde ha venido el rugido.

Entonces, una mano te agarra fuertemente la boca desde atrás. Algo te tapa los ojos y te ves arrastrado a ciegas, sin poder gritar.