Un centenar de vampiros ávidos de sangre te tiene rodeado, y ahora su reina pretende enviarte en su nombre a una misión peligrosa. No. No, no, no, ni hablar.
Tienes que salir de allí como sea. Aunque sea corriendo, aunque sea escalando, pero hay que salir de allí. Si aceptas la misión seguro que no te espera nada bueno. Si la rechazas, las perspectivas son peores.
—Bueno —intentas que no se note el nerviosismo en tu voz—, la verdad es que hay un par de puntos que me gustaría discutir acerca de tu propuesta. En primer lug…
Antes de terminar la frase, echas a correr hacia la boca del túnel por el que te han traído hasta la cueva. La interrupción coge por sorpresa a los vampiros, por lo que cuentas con un par de segundos de ventaja antes de que la reina reaccione y emita el chillido más desagradable que has oído en toda tu vida.
Toda la horda de chupasangres responde al llamamiento de su líder y, en un abrir y cerrar de ojos, te encuentras rodeado de una masa de alas negras y colmillos afilados. Es como un enjambre de avispas que dan zarpazos y mordiscos en lugar de picar. Apenas ver por dónde pones los pies. No te atreves a comprobar el estado de tu ropa.
No sabes cómo, pero consigues alcanzar el túnel. El espacio disminuye abruptamente en la boca del mismo, por lo que no todos los vampiros pueden seguirte. Echas a correr con todas tus fuerzas pasillo adelante sin querer volverte a ver cuántos te siguen. Sin embargo, al minuto te das cuenta de que no oyes pasos ni aleteos detrás de ti. ¡Han dejado de seguirte!
Pero no paras de correr por si acaso. No paras hasta que llegas al final; es entonces cuando recuerdas cierta información relevante en estas circunstancias.
—¡Roña, si la entrada del túnel estaba cerrada! —maldices. ¿Y ahora qué? Sin saber cómo actuar a continuación, te giras hacia la dirección por la que has venido.
Y te topas cara a cara con un vampiro que te saca dos cabezas.