—Hola—te saluda el vampiro con una ancha sonrisa afilada.
—Hola—le devuelves el saludo. ¡Un vampiro amistoso! Tal vez acceda a ayudarte a escapar de ésta de una pieza—. Oye, ¿por casualidad podrías decirme cómo se sale de aquí?
—Claro que sí —afirma sin dejar de sonreír mientras se acerca con unas lentas zancadas— ven que te lo diga al oído.
¿Cómo podrías haber sido capaz de imaginar que el vampiro se estaba burlando de ti? El caso es que no lo has hecho; acercas la oreja a la criatura que ya está a menos de un metro de ti. Y como resultado te encuentras con toda su dentadura clavada en tu cuello.
El resto resulta confuso. La cabeza te da vueltas y empiezas a notarte raro, como después de comer demasiadas judías. Empiezas a tener lagunas de tiempo en las que no sabes qué ha pasado ni qué está pasando. Desconoces cuánto tiempo pasa desde que recibes el mordisco hasta que vuelves a recuperar el control de ti mismo, pero te parece una eternidad.
Cuando vuelves en ti, en seguida te das cuenta de que ya no eres el mismo. Los vampiros te han vuelto a llevar hasta su gran cueva y en ese momento contemplan en tropel cómo despliegas tus nuevas alas. Los colmillos te hacen rozaduras en el interior de la boca y te cuesta hablar con ellos. Sin embargo, sacas fuerza y valor de quién sabe dónde y logras pronunciar:
—Pod favod, decidme que mi gabad-dina zigue intazta.
Ves a Marion aparecer de entre la multitud. Entre los brazos lleva tu preciosa gabardina de los domingos con algunos ajustes de costurería, entre ellos un par de aberturas para las alas. Parece que los vampiros te están dando una calurosa bienvenida.
Y bueno, después de las molestias que se han tomado arreglándote tu preciada gabardina, qué menos que agradecérselo quedándote en su comunidad. La verdad es que ser vampiro no está nada mal; las clases de vuelo son entretenidas, y una vez pruebas la sangre de rata y de diversas alimañas del subsuelo sólo quieres más y más. Aparte de las ventajas del tema de ser inmortal. Ya apenas recuerdas qué fue de tu anterior vida como humano y dejas de preocuparte de los tejemanejes de Misterigmáticus y sus criaturas paranormales.
Total, ¿a quién le importa? ¡Puedes volar! ¡Volar!