No es serio este cementerio

Sean fantasmas o no sean fantasmas, empiezas a pensar que no se puede razonar con esa gente. Las cosquillas en la caja torácica empiezan a convertirse en algo más parecido al miedo. De pronto ya no te apetece seguir por allí. 

—¡Yo me voy! —exclamas tan rápido que se confunden las palabras. Te levantas como un rayo y echas a correr entre las tumbas. 

Detrás de ti oyes una confusión de sonidos: por un lado está Jerón gritando “¡Eh, qué morro!”, luego un ruido de pasos acelerados, un barullo de gemidos espectrales, al señor del sombrero rugiendo “¡No escaparéis!” y finalmente a Félix exclamando “¡Tío, que por ahí no es!” 

No te das cuenta de que te has equivocado de dirección hasta que llegas al muro del cementerio en una esquina sin salida. Los dos jóvenes llegan al galope detrás de ti y frenan en seco. 

—¡Te has ido en dirección contraria! —te espeta Félix. 

—¡Y yo qué sé! No he estado aquí desde que tenía diez años. Los cementerios me echan para atrás. Tienen demasiados cipreses, y los cipreses me dan repelús. 

—Oh, oh… ¡Mirad lo que viene por allí! 

El señor Sombrero no se ha quedado quieto mirando cómo os largáis sin más. Al echar un vistazo al camino recorrido veis a una masa enorme de extraños seres dirigiéndose hacia vosotros a una velocidad considerable. Al mirar mejor te das cuenta de que son esqueletos caminantes. 

—¡Qué asco! —te quejas —¡Cómo tiene que oler por allí! 

—Hay que salir de aquí como sea, ¡nos cierran el paso! —dice Félix al borde de un ataque de nervios —. Pero la única forma es trepar por aquí, y está demasiado algo… ¡Ya sé! Jerón, tú que estás más gordo… 

—¡Eh! 

—¿Qué? ¡Es la verdad! Yo soy un espárrajo y éste hombre tampoco es Conan. 

 —Soy ancho de espaldas —puntualiza ofendido. 

—Bueno, como sea. Nosotros dos nos subimos en tus hombros y saltamos la valla, y luego te ayudamos a ti desde fuera. 

—¿Cómo, si puede saberse? ¿Con una polea? 

—¡Da igual, no hay tiempo, luego pensareis en eso! —como te empiezas a poner nervioso con tanto esqueleto cerca decides poner fin a tantas pamplinas sobre gordos y poleas, así que te subes de un salto a las espaldas de Jerón. Éste no se lo esperaba y se tambalea con tu peso, pero al final cede y te acerca a la valla. Tú te agarras y tratas de bajar por el otro lado sin darte de morros con el suelo. 

—Mi dignidad sigue en mí, mi dignidad sigue en mí, mi dignidad sigue en mí… —murmuras para ti mismo. 

Poco después de poner los pies en el suelo, Félix aterriza a tu lado. Jerón se queda por el lado de dentro sin poder subir y vosotros tampoco sabéis cómo ayudarlo. Los esqueletos están casi encima de él. 

—¿Lo veis? ¡Os lo dije! ¡Ahora no puedo trepar y me habéis dejado aquí solo ante el peligro! ¡Cobardes! 

—¡Lo siento, primo! ¡No se me había ocurrido! —se lamenta Félix muy angustiado. A ti no te da demasiada angustia, pero te quedas a mirar a ver qué pasa. 

A Jerón no le da tiempo a terminar el insulto que empieza a decir para vosotros. Un esqueleto se lanza a por él y el chaval lo vuela con un golpe de lámpara. 

Los minutos siguientes son confusos. Solo veis el extremo de su lámpara subiendo y bajando y un montón de huesos volando sueltos. Jerón se defiende como una máquina. 

—¡Dale duro! —le anima Félix. 

Al cabo del tiempo, observas a un jadeante Jerón trepando por la parte superior de la valla. Tardas un momento en comprender cómo lo ha hecho; resulta que ha usado una montaña de huesos caídos para impulsarse. El chaval aterriza a vuestro lado. 

—¡Fuck yeah! —exclama muy orgulloso. No sabes ni papa de francés, así que no entiendes lo que ha querido decir. 

—Sí, muy bonito, ¡pero vámonos antes de que los huesudos salten también la valla! —exclama Félix. Los esqueletos no parecen dispuestos a rendirse, así que le haces caso y echáis a correr los tres de allí. 

Menuda idea la de ir al cementerio. El próximo que te vuelva a proponer una visita al cementerio se va a tragar un ciprés entero.