Chupasangres

La situación no tiene buena pinta. Esos bichos, vampiros o lo que sean, no parecen demasiado amistosos y no crees que duden en actuar por las malas si les hinchas mucho las narices. Hay que ir con cautela y hablar con sutileza. 

—¡Yo no he sido, lo juro! —exclamas—¡No me hagáis nada! 

—Respóndeme ahora mismo o ten seguro que acabarás perdiendo varios litros de sangre—dijo la reina tajantemente —. ¿Qué haces en nuestros túneles? ¿Cómo has conseguido entrar? 

—¿”Conseguido entrar”? ¡Como si hubiera intentado entrar! —protestas— ¡Si la entrada al túnel se me abrió sola, y luego se cerró sin dejarme salir! Comprenderá usted que haya seguido andando hacia delante, puesto que no tenía ninguna otra salida. No era para nada mi intención perturbar la paz de los… este… de vuestro pueblo. 

—¡Mientes! —ruge ella. Claramente no te cree —. ¡Un humano cualquiera como tú no puede entrar a nuestros subterráneos sin querer! ¡De alguna forma tuviste que abrir alguna de las puertas! 

—¡Que no, roña! ¡Que yo no he abierto nada! Yo no quería meterme en ningún lío, pero no sé cómo acabé encerrado dentro del túnel. Seguí andando, me encontré con esta cosa—les muestras la muñeca que aún llevas en la mano— y después alguien me agarró y me arrastró hasta aquí como si fuera un saco de patatas. Lo cual, ya que estamos tan exigentes, no me parece nada civilizado. 

—¡Un momento! —la reina no parece haber escuchado el final de tu discurso. Te mira las manos fijamente. —. Dame eso ahora mismo. 

Casi no te da tiempo a tenderle la muñeca de trapo antes de que te la arrebate con sus zarpas. La observa desde todos los ángulos, se la acerca a los morros para olisquearla un poco y, acto seguido, se yergue al máximo y grita con toda la potencia de sus pulmones: 

—¡MARION! 

El eco del grito se extiende hasta el último rincón de la gran cavidad. Se hacen diez segundos de silencio absoluto. Y luego, una figura desciende volando del techo. Cuando se acerca hacia vosotros tímidamente te das cuenta de que es otra vampira hembra. Se parece todavía más a un bicho que la reina vampira; está totalmente calva y es más pequeñita y arrugada que los demás. Tras llegar al suelo se acerca caminando con la cabeza gacha. 

—¿Sí, mi reina? —murmura. 

—¿Se puede saber qué hace éste individuo —la reina te señala sin disimulo ninguno— con tu muñeca? 

—¿Cómo que “su muñeca”? —intervienes —¿Esta muñeca es tuya? ¿Eso quiere decir que tú eras la ancianita encapuchada que estaba sentada hace unas horas en la calle Cripta? 

—¿Cómo es eso de la calle Cripta? ¿Qué hacías tú por allí, Marion? —inquiere la reina —. No habrás vuelto a salir de los subterráneos dejando la puerta del túnel abierta a intrusos, ¿verdad? 

 La pobre Marion os mira a ti y a la reina una y otra vez, visiblemente agobiada. 

—¡No, no es eso! —exclama. 

—¿No eres la ancianita? —preguntas. 

—¡Que sí, pesado, que sí que era la ancianita! Pero yo no me he dejado ninguna puerta abierta. Siempre me aseguro de que están todas cerradas. Para lo único que he salido ha sido para cumplir la misión que su majestad me encomendó. Salí a evitar que Misterigmáticus siguiese capturando gente inocente de la zona norte. 

—¿Qué fuiste a hacer qué? —la verdad es que no te estás enterando de nada. Ahora resulta que Misterigmáticus también está involucrado en todo esto. El que faltaba en la fiesta —. ¡Pero si lo único que hiciste fue quitar el cartelito del bazar de la calle Cripta que decía que se habían desplazado a Rigor Mortis! 

—Por favor, chiquilla, dime que ese no ha sido el único plan que se te ha ocurrido para cumplir tu misión —la reina se pellizca el entrecejo con el índice y el pulgar. 

—Bueno… yo… ¡Jopé, no soy muy creativa para estas cosas! —se queja Marion —¡Eso os pasa por escoger al encargado por sorteo! Pero aún así insisto en que yo no me dejé ninguna puerta abierta. Seguramente la haya abierto otra criatura que sabía cómo hacerlo. Al fin y al cabo, ahora la ciudad está plagada de seres sobrenaturales, puede haber sido cualquiera. 

—¡Marion, eres una irresponsable! ¿Tu pueblo te envía en su nombre a proteger a gente inocente y lo máximo que haces es cambiar un cartelito de sitio? —arremete la reina— ¡Avergüenzas al resto de los vampiros! 

—¡Pues ya he hecho más que cualquier otro! ¡Que aquí mucho quejarse pero poco mover los colmillos por la causa! —se defiende Marion. 

Las dejas discutiendo durante minutos a grito pelado mientras divagas sobre tus cosas. Empiezas pensando en la calva de Marion y, no sabes cómo, acabas cavilando sobre el sufrimiento de quienes hacen de Baltasar en las cabalgatas de reyes. Pero cuando la conversación se redirige hacia ti vuelves a prestar atención. 

—Ahora que lo pienso mejor —murmura la reina con sus ojillos posados en ti —, un humano nos podría venir de perlas en este momento. De hecho se me está ocurriendo un plan que podría funcionar…